La adolescencia es una etapa de transformación personal y social, caracterizada por una mayor vulnerabilidad emocional. En este contexto, la tecnología, ya integrada en la vida cotidiana y relacional, ofrece oportunidades, pero también exige gestionar con conciencia el tiempo y la exposición. El uso intensivo y la construcción de identidades digitales influyen en el equilibrio entre lo online y lo offline, y refuerzan la necesidad de una educación digital desde edades tempranas
El acceso al móvil y el uso de redes sociales son generalizados y se incrementan con la edad. En salud, los datos apuntan a una mayor vulnerabilidad emocional en la adolescencia, con diferencias por edad y género. La convivencia muestra luces y sombras: descienden algunas conductas de riesgo digital, pero persisten otras, como la violencia digital en la pareja, por ejemplo.
Todavía se aprecian muchas áreas de mejora como consolidar la mediación familiar, el acompañamiento y la formación afectivo-sexual tanto en la familia, como en el colegio, así como la instauración de mecanismos de protección más funcionales. Es imprescindible abordar todos estos retos desde una perspectiva integral y comunitaria, tomando conciencia de las distintas esferas vitales implicadas (familias, sistema educativo, sistema de salud…) e interpelando a las instituciones públicas a la responsabilidad de la industria, sin perder de vista la opinión y la participación de los niños, niñas y adolescentes.
¿Mejoran las cosas respecto a 2021?
Buena parte de los indicadores relacionados con riesgos en el entorno digital han descendido ligeramente y hace pensar en una progresiva toma de conciencia de la sociedad española, pero esto aún no es suficiente. Mantener e intensificar las acciones de educación digital, convivencia y apoyo emocional resulta clave para alcanzar un entorno digital seguro y buena higiene digital.